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De la necesidad de innovar, aun en escenarios complejos

La innovación es siempre una inversión, y aunque en un principio no deje ganancias tangibles, la generación de capacidades, la experiencia y el aprendizaje a ella asociada es una forma de generar valor dentro de las empresas, en cualquier momento y circunstancia.

Durante el último tiempo, en especial durante el año 2020, y por qué no decir también durante gran parte de este año 2021, nos hemos visto enfrentados a un ambiente al cual algunos expertos lo han comparado con el mismo escenario existente posterior a la Segunda Guerra Mundial, denominado VUCA (por sus siglas en inglés para Volatile, Uncertain, Complex and Ambiguous), caracterizado por ser un entorno volátil, incierto, complejo y ambiguo. Este entorno nos ha afectado a todo nivel, incluyendo a empresas que se han visto seriamente amenazadas debido a que su manera tradicional de hacer negocios no les ha dado resultados positivos ante este tipo de ambiente.

En ese sentido, a la necesidad de hacer las cosas de forma distinta se antepone la razonable necesidad de las empresas, incluyendo también a muchos emprendedores, de querer asegurar sus negocios “jugando a lo seguro”, al menos hasta que pasen estos tiempos difíciles. Esta decisión implica asumir escenarios mucho más negativos que solamente el estancamiento en la expansión o la no consolidación, pero ante la inseguridad y la incertidumbre de salir de la zona de comodidad implementando rutinas de innovación durante estos tiempos VUCA, este escenario de no crecimiento representa, para estas empresas, un riesgo que vale la pena correr.

Con estos antecedentes se puede explicar por qué durante estos escenarios uno de los primeros presupuestos que las organizaciones resienten, es el que corresponde al Departamento de Innovación o de I+D, estrategia comprensible que, como ya dijimos, involucra un alto riesgo.

En tales circunstancias, hay dos nociones relacionadas que no se logran identificar con claridad y que convendría considerar, sobre todo cuando las empresas y organizaciones se ven enfrentadas a tomar la decisión de si seguir aguantando los embistes de los tiempos complicados, o arriesgarse a innovar y hacer cambios en su forma de generar valor. En primer lugar, se debe entender que todos los recursos destinados a las actividades innovadoras dentro de una organización no deben ser considerados como gastos, sino como inversiones; y en segundo lugar, se debe comprender que aunque una iniciativa no genere el resultado deseado en un principio ―en términos de lograr un nuevo producto, proceso o servicio―, ejecutar este proceso igualmente puede dejar dentro de la organización ganancias que escapan a la percepción del activo financiero físico clásico.

En efecto, la literatura indica que la ejecución de proyectos de naturaleza innovadora dentro de las organizaciones es una forma de generar valor dentro de ellas. Y aunque no se logren los resultados esperados, el trabajo realizado en estos contextos implica la generación de capacidades dentro de las empresas; de experiencia para los integrantes de sus equipos de trabajo; y aprendizajes para las personas encargadas de la toma de decisiones dentro de ellas.

Todo lo anterior se puede considerar como un activo intangible para la empresa, los cuales son igual de importantes que los activos tradicionales, aunque para los equipos de contabilidad este tipo de activos sean difíciles de monetizar. Es así como empresas reconocidas a nivel mundial consideran estos activos tanto o más importantes que la infraestructura, equipamiento o cualquiera otra existencia física que pueda tener una organización. En efecto, una empresa que basa su negocio en Tecnologías de la Información ―por ejemplo, la que maneja tu red social favorita―, actualmente puede estar más valorizada que una empresa manufacturera que posee 1000 m² de galpones de almacenamiento, pues la primera, de hecho, no necesita grandes activos físicos para ello ya que considera la experiencia de su equipo de trabajo tanto como el algoritmo sobre el cual se puede construir su propuesta de valor.

En definitiva, aunque fallar en estos tiempos puede ser delicado y hasta sea justificable que las empresas eviten tomar riesgos por miedo al fracaso, no hacerlo no solo puede acarrear un nulo crecimiento actual para la empresa, sino que también conlleva la alta probabilidad de que tampoco pueda crecer el día de mañana. Muchas empresas exitosas, antes o después, efectivamente han fallado, pero no por ello han dejado de encontrar y de generar valor durante estos arriesgados procesos. Es verdad que hay que tomar riesgos mesurados y controlados, pero la invitación es que hay que comenzar a internalizar y a concientizarnos que aún en el fallo hay crecimiento y aprendizaje que agrega valor a las empresas, a los equipos de trabajo y a las personas que los conforman.

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Magíster en Gestión Tecnológica

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