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La innovación como proyecto país

El desarrollo de innovación, ciencia y tecnología es clave para el crecimiento de los países, y ante la incertidumbre de emprender procesos de innovación, la apuesta público-privada debe ser por avanzar en ese camino y no retroceder.

Innovar, o hacer las cosas de otra forma, es una manera muy estudiada de generar cambios efectivos y capitalizar oportunidades que, bajo otros prismas, podrían ser considerados como problemas. Como ya lo he expuesto en columnas anteriores, implementar estos temas en empresas que no poseen tanta experiencia puede ser abrumador y, por lo tanto, puede representar una carta muy arriesgada que no vale la pena jugar.

En efecto, en cualquier análisis relacionado con estos temas no se deja de mencionar que existe incertidumbre y riesgo inherente en la innovación. Pero si este factor siempre está presente en este tipo de procesos, ¿por qué entonces arriesgarse a innovar? O tal vez la pregunta más importante, amplia y generosa: ¿cuáles son los efectos que tendría que mi empresa se decida a innovar, que hagan que valga la pena correr ese riesgo? En sencillo: el aporte directo al crecimiento del país.

Varios artículos, estudios y análisis internacionales permiten demostrar la directa relación entre las tasas de innovación, desarrollo y sofisticación tecnológica de los países, con sus índices de bienestar y desarrollo social, sin mencionar la relación positiva directa que existe entre estas variables y la solidez económica de las naciones.

Es clave que los Estados, los entes públicos que lo conforman y el mundo privado (pequeño y grande) ejecuten inversiones relacionadas con el desarrollo de ciencia, innovación y tecnología, ya que justamente los países en donde se han implementado sistemas que comprometen a ambos sectores ―mediante la ejecución de políticas públicas e incentivos para la creación de un ecosistema innovador robusto―, han llegado a consolidarse como países desarrollados. En esto, la historia ―y no necesariamente la más reciente― da testimonio de que los países ricos lo son, entre otras cosas, porque han dedicado parte de sus recursos al desarrollo científico-tecnológico, y por el contrario, los países pobres continúan siéndolo porque no lo hacen, cumpliendo así la premisa de que “la ciencia no es cara, es cara la ignorancia”, como lo cita muy bien Álvaro Ossa en su libro “Del Laboratorio al Mercado”.

La reflexión que quisiera plasmar en estas líneas es que debemos entender que el desarrollo de nuestro país puede conseguirse siguiendo el camino de innovación y desarrollo de ciencia y tecnología que otras naciones han transitado con mucho éxito. Un andar comenzado, en muchos casos, desde un punto mucho más adverso del que nos encontramos ahora como nación, por cierto.

Porque a diferencia de un país sacudido por guerras internacionales, como Japón a mediados del siglo XX, nosotros gozamos de alto talento y capital humano, de una red de universidades y centros generadores de conocimiento de gran prestigio a nivel latinoamericano y mundial, y de un sistema de políticas públicas que apoyan, financian e incentivan la implementación de innovación y la sofisticación productiva en nuestro país ―como los programas de CORFO, ANID, SERCOTEC y FIA, entre otras agencias―, las que no solo buscan que seamos más productivos y competitivos, sino que pretenden que generemos un real valor agregado a nuestros productos y a nuestra oferta dentro del mercado mundial, dejando atrás esa economía basada solo en la explotación y extracción de nuestros recursos naturales que, además de ser una estrategia anticuada y altamente riesgosa, pone en jaque nuestra sustentabilidad ambiental.

Creo, sinceramente, que hay muchos buenos indicios en este aspecto. Existe la experiencia y el conocimiento necesario para ejecutar y transitar este camino de manera exitosa, las cuales indudablemente DEBEN permear todas las capas de nuestra sociedad, creando sistemas que permitan democratizar el acceso a ese conocimiento para que pueda ser aplicado por todos los sectores y por todas las personas que así lo deseen. Y también existe el ecosistema, los instrumentos y las instituciones que han avanzado mucho en estas materias, y que sin lugar a duda deben continuar haciéndolo.

Es decir, solo podemos aspirar a seguir creciendo en estas materias. El camino, de una u otra manera, ya tiene un punto de inicio que reúne las condiciones necesarias para que las empresas que todavía se preguntan “¿por qué entonces arriesgarse a innovar?”, encuentren rápido la respuesta e implementen, más rápido aún, las rutinas y metodologías de innovación que más les hagan sentido. Necesitamos crecer, y por eso que el ecosistema y las herramientas que tenemos se deben cuidar, en algunos casos fortalecer y de todas maneras expandir, pero en ningún caso retroceder.

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Magíster en Gestión Tecnológica

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