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Silencio, el nuevo poder

Si antes debías aprender técnicas para hablar en público y “surgir” en tu carrera, hoy en día es un imperativo que se ha multiplicado por las redes sociales: si quiero vender, tengo que hablar. Si quiero ser un influencer, un referente, un líder, un ganador, tengo que hablar. De acuerdo con el diario El País, diariamente se comparten 7 mil millones de audios por WhatsApp. ¿Cuál es el problema? Al parecer, más del 60% de lo que hablamos es autorreferente: hablamos de nosotros mismos. Estamos en la era de la verborrea.


Rápida recompensa (para el que habla)

Interesados en analizar este fenómeno, diferentes investigadores han realizado estudios para entender mejor el porqué de esta verborrea.

Con relación al contenido, investigadores del laboratorio de Neurociencia Social Cognitiva y Afectiva de la Universidad de Harvard hallaron que hablar de uno mismo genera una recompensa similar a la obtenida por las drogas, sexo y la buena comida. Por otro lado, otro estudio enfocado en los mensajes de redes sociales concluyó que alrededor del 80% de lo que se publica, es en referencia a uno mismo. Es decir, la verborrea es una práctica de autosatisfacción. 

Ahora, ¿qué pasaría si sacamos estas cifras del laboratorio y las llevamos a un plan de comunicación? Hagamos el ejercicio en un nivel menor, no empresarial. ¿Cómo se reflejan esas cifras en nosotros como profesionales? Seríamos definidos como “yoístas”, autorreferentes, poco empáticos y, por supuesto, evaluados con comentarios poco halagadores en la categoría Habilidades de Escucha.

Es tal el problema, que desde hace algunos años se comenzó a acuñar un nuevo concepto en Estados Unidos, los habladores compulsivos o “talkaholic”.

Y es que, según estos estudios e investigaciones el problema no es hablar sin escuchar, es hablar para escucharnos. Un placer peligroso que al parecer genera adicción.

Negocio Riesgoso

Recientemente la revista Time reseñaba el libro de Dan Lyons “STFU: El poder de mantener la boca cerrada en un mundo infinitamente ruidoso”, recorriendo las vicisitudes del autor, un hablador compulsivo, y su camino desde el autoconocimiento, la búsqueda de ayuda y la creación de un método o guía para vivir con esta “condición”.

Si bien se trata de un viaje personal con la fórmula de best seller muy estadounidense, es interesante conocer experiencias de fracasos, conflictos y hasta perdidas afectivas, generadas por la incapacidad de hacer silencio.

Increíblemente, la necesidad de escucharnos no tiene límites (para algunos) y se pueden encontrar talleres de todo tipo, hasta cursos para presos que asisten a sus audiencias de libertad condicional y tienen problemas para quedarse callados.

Definitivamente estamos ante un problema si la incontinencia verbal es capaz de llevarnos a la cárcel.

Habla menos y te irá mejor

¿Será que la adicción de hablar hace que seamos incapaces de pensar? Esta pregunta la hago yo, no los investigadores ni el autor. Y la planteo en el contexto político nacional.

Estamos en una vorágine noticiosa de titulares. Pasan a la escena nuevos actores con roles protagónicos, mientras otros se despiden a regañadientes sin asumir una nueva realidad. Todo pasa en horas o minutos, los medios quieren declaraciones, las emociones están a flor de piel y las declaraciones son nefastas. La inmediatez impera, antes que la reflexión.

¿No era mejor hacer silencio?

¿Qué hace más daño, declarar en la mañana y desdecirse en la tarde?

¿Declarar y luego hacer un media tour para aclarar lo que de verdad se quiso decir?

¿O declarar y luego dimitir?

Hablar es un negocio riesgoso. No es mala idea considerar la opción de quedarse callado.

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Licenciada en Comunicación Social, Mg. en Dirección de Comunicación Estratégica. Docente en Panamerican Business School.

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